La criminología suele asociar los grandes estallidos de violencia con factores como desigualdad, trauma o radicalización ideológica. Sin embargo, un estudio publicado en ScienceDirect propone ampliar la mirada: la frustración sexual podría ser un detonante oculto detrás de homicidios, violaciones, pandillas e incluso actos terroristas. La llamada teoría de la frustración sexual de la agresión plantea que la privación prolongada en este ámbito puede incubar dinámicas que desembocan en delitos violentos.
El texto sostiene que la insatisfacción sexual no debe entenderse como una explicación única, sino como un catalizador que alimenta otras motivaciones. El individuo que no encuentra vías sanas de satisfacción puede volcar su tensión en conductas agresivas, desplazando ese malestar hacia personas u objetivos externos. Esto ayuda a comprender por qué delitos aparentemente desvinculados del sexo —peleas de bar, vandalismo o robos— podrían compartir un trasfondo común con crímenes sexuales o asesinatos seriales.
Uno de los aportes del estudio es vincular esta hipótesis con fenómenos de violencia colectiva. El terrorismo, por ejemplo, se analiza no solo en términos de ideología, sino también como un campo fértil para jóvenes frustrados en su vida íntima, que encuentran en la violencia un canal de validación y descarga. Bajo esta lectura, los grupos radicales no solo proveen doctrina política, sino que también ofrecen un sentido de pertenencia frente a carencias emocionales y sexuales.
La investigación también recupera evidencia histórica y comparativa. En distintos contextos culturales se observa cómo sociedades con altos niveles de represión sexual han registrado picos de violencia interpersonal. Desde las dinámicas de pandillas urbanas hasta las masacres perpetradas por individuos aislados, la frustración en la esfera íntima aparece como variable de riesgo que rara vez se incluye en diagnósticos oficiales.
Este planteamiento invita a revisar el diseño de políticas públicas. Los autores sugieren que programas de educación sexual integral, acceso a salud mental y una visión menos estigmatizante de la sexualidad podrían reducir la probabilidad de que la insatisfacción se traduzca en violencia. En otras palabras, prevenir delitos no se limita a vigilar calles o reforzar cárceles, sino también a atender dimensiones íntimas que suelen ser invisibles para el Estado.
El estudio enfatiza, sin embargo, que la frustración sexual no es una “excusa” ni un atajo determinista. No todos los individuos privados de satisfacción se vuelven violentos, y muchos factores sociales y psicológicos median entre el deseo insatisfecho y el acto criminal. Lo que sí plantea es que la criminología y la sociología de la violencia deben incluir este ángulo para construir explicaciones más completas.
En un momento en que los tiroteos masivos, el crimen organizado y la violencia de género marcan la agenda pública, pensar en la frustración sexual como un engranaje más de este fenómeno abre un campo incómodo, pero necesario. Reconocerlo no implica trivializar los crímenes, sino aceptar que detrás de la violencia pueden convivir deseos íntimos reprimidos, estructuras sociales injustas y fallas institucionales. Solo una mirada integral permitirá diseñar respuestas eficaces y humanas.
Fuente: A sexual frustration theory of aggression, violence, and crime. Journal of Criminal Justice, ScienceDirect, 2021.
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