En un despliegue de poder militar cargado de simbolismo político, el presidente chino, Xi Jinping, presidió este miércoles un imponente desfile en la plaza de Tiananmén con motivo del aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Aviones de combate, misiles de última generación y miles de soldados marchando a paso de ganso acompañaron un mensaje inequívoco del líder chino: China no se dejará doblegar frente a sus rivales estratégicos.
Desde la tribuna, flanqueado por el presidente ruso, Vladimir Putin, y el líder norcoreano, Kim Jong-un, Xi lanzó una advertencia directa a quienes desafían la soberanía de su país. “La nación china es una gran nación que no teme a ninguna tiranía y se mantiene firme sobre sus propios pies”, proclamó. El escenario, coronado por un retrato de Mao Zedong y reforzado por salvas de cañón, palomas y globos, evocó tanto el pasado revolucionario como el ascenso contemporáneo del gigante asiático.
Nacionalismo como herramienta política
El desfile fue el clímax de una campaña del Partido Comunista para avivar el nacionalismo interno, redefinir el papel de China en la Segunda Guerra Mundial y proyectar al partido como salvador de la nación frente al agresor extranjero, en alusión a la invasión japonesa. En su discurso, Xi trazó un paralelo entre aquella resistencia y los actuales desafíos con Estados Unidos, al que acusa de intentar contener a China. “Nos enfrentamos de nuevo a una elección entre la paz y la guerra, el diálogo o la confrontación”, dijo.
La ceremonia también reforzó la narrativa compartida con Moscú: tanto Xi como Putin presentan la Segunda Guerra Mundial como un sacrificio histórico que legitima sus demandas de un nuevo orden internacional. Analistas como Joseph Torigian, de la American University, advirtieron que ambos líderes utilizan el recuerdo de la guerra para “inocular a las generaciones futuras contra los valores occidentales y legitimar el orden mundial que imaginan”.
Respuesta de Washington
La demostración china no quedó sin respuesta. Desde Washington, el expresidente Donald Trump intervino durante la ceremonia acusando a Xi de “ignorar” el papel de Estados Unidos en la liberación de China del invasor japonés. En su red Truth Social, escribió: “Por favor, saluda cordialmente a Vladimir Putin y a Kim Jong Un, mientras conspiran contra los Estados Unidos de América”.
El Kremlin replicó con ironía. “Nadie está tramando ninguna conspiración: nadie tiene el deseo ni el tiempo para esto”, señaló Dmitri Peskov, portavoz de Putin.
Armas nuevas y advertencia a Taiwán
La exhibición militar mostró nuevas armas, incluidos misiles antibuques, drones submarinos y aviones de combate no tripulados, en clara alusión a la pugna por el dominio militar en Asia. Observadores destacaron que el mensaje iba dirigido tanto a Washington como a Taipéi: una advertencia sobre las consecuencias de cualquier avance hacia la independencia formal de Taiwán.
El propio Xi, de pie en una limusina Bandera Roja de fabricación nacional, pasó revista al Ejército Popular de Liberación entre vítores coreografiados: “¡Sigan al Partido! ¡Luchen para ganar!”, respondieron los soldados en perfecta sincronía.
División global y alianzas regionales
La lista de invitados reflejó el endurecimiento de la fractura geopolítica: Rusia, Corea del Norte, Irán y Pakistán estuvieron representados al más alto nivel, mientras que los líderes de las democracias occidentales brillaron por su ausencia. En cambio, varios mandatarios de Asia Central y del Sudeste Asiático asistieron al acto, señal de que Pekín consolida sus alianzas regionales frente al bloque occidental.
Ryan Hass, del Brookings Institution, sintetizó el objetivo del desfile: “Xi busca la aceptación de China como potencia mundial central y la revisión del sistema internacional para adaptarlo a las preferencias chinas. La presencia de otros líderes en su tribuna valida ese proyecto”.
El imponente operativo de seguridad en Pekín, que incluyó cierres masivos de calles, controles a periodistas desde la madrugada y brigadas vecinales vigilando cada barrio, mostró que el poderío militar iba acompañado de un férreo control social. Para Xi, la conmemoración del pasado fue, sobre todo, un mensaje de futuro: China está lista para reclamar su lugar en el mundo y no cederá ante presiones externas.

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