Cuando dos mujeres se aman: lo que las estadísticas no cuentan - SIETE 24

Breaking

-->

miércoles, noviembre 26, 2025

Cuando dos mujeres se aman: lo que las estadísticas no cuentan

Las cifras recientes sobre divorcio cuentan una historia menos intuitiva de lo que muchos imaginan. Varios análisis demográficos muestran que las parejas de hombres homosexuales presentan las tasas de ruptura más bajas, las parejas de mujeres las más altas, y las parejas heterosexuales se sitúan en un punto intermedio. 


El psicólogo evolutivo Steve Stewart-Williams recopiló estos datos en un resumen de doce hallazgos sobre amor y romance, desmintiendo el estereotipo de que las relaciones entre hombres gay serían, por definición, más inestables o volátiles. La realidad estadística va en otra dirección y obliga a mirar de cerca el papel del género. 

En países que llevan más tiempo registrando matrimonios igualitarios, el patrón aparece con claridad. En Países Bajos y en varios países nórdicos, los registros civiles indican que los divorcios son proporcionalmente más frecuentes entre parejas formadas por dos mujeres que entre parejas de hombres o parejas heterosexuales. Un estudio reciente con datos de Finlandia encontró que las parejas femeninas enfrentan un riesgo de divorcio sensiblemente mayor que las parejas de diferente sexo, mientras que las parejas masculinas del mismo sexo muestran un riesgo más bajo o similar. Son promedios poblacionales, no diagnósticos individuales, pero el contraste se repite en contextos distintos. 

El fenómeno no se entiende si sólo miramos la orientación sexual; hay que observar la dimensión de género. La sociología de la familia lleva décadas documentando que, en los matrimonios heterosexuales, alrededor de dos tercios de los divorcios son iniciados por la esposa. Estudios de Michael Rosenfeld y otros equipos confirmaron que, en Estados Unidos, Europa y Australia, la mayoría de las rupturas formales son deseadas principalmente por las mujeres, que reportan menor satisfacción con la calidad del matrimonio. Si, por pura probabilidad, en una pareja hay dos mujeres en lugar de una, la chance de que alguna de ellas decida terminar la relación aumenta. 

Lejos de hablar de “inestabilidad femenina”, estos datos señalan que las mujeres suelen estar más atentas a la salud emocional del vínculo y menos dispuestas a sostener relaciones percibidas como injustas. La literatura sobre emotional labor muestra que ellas cargan más con la gestión afectiva: detectar grietas, proponer conversaciones difíciles, cuidar el clima emocional del hogar. Al mismo tiempo, la mayor autonomía económica y educativa amplía la capacidad de abandonar una relación que no funciona. Esa combinación —sensibilidad a la calidad relacional y posibilidad material de irse— ayuda a entender por qué, cuando hay dos mujeres en la pareja, la probabilidad de ruptura se eleva. 

En el otro extremo del gráfico, las parejas de hombres gay que llegan a formalizar su unión suelen haber atravesado filtros sociales, familiares y legales que no enfrentan en igual medida las parejas heterosexuales. La investigación demográfica sugiere que, en contextos donde el matrimonio igualitario es relativamente reciente, quienes contraen matrimonio tras años de vivir en la periferia de la norma tienden a ser parejas especialmente motivadas y cohesionadas. A esto se suma que una parte importante de estos hombres retrasa el matrimonio hasta tener estabilidad económica y cierto reconocimiento social, factores asociados con menor riesgo de divorcio en todo tipo de parejas. El resultado, en términos estadísticos, es un perfil de relativa mayor duración de los vínculos masculinos del mismo sexo

Desde la óptica de la psicología y la neurociencia social, estas diferencias apuntan a cómo nuestros cerebros responden a la inequidad, el conflicto y el estrés crónico. La investigación sobre justicia y confianza muestra que las violaciones percibidas de las normas de equidad activan regiones vinculadas al “dolor social”, como la ínsula anterior y la corteza cingulada anterior, las mismas que se encienden ante el dolor físico. Cuando esa sensación de desequilibrio se prolonga en el tiempo, la rumiación y la ansiedad aumentan, y la ruptura puede convertirse en una forma de protección psicológica. 

En el caso de las parejas del mismo sexo, todo esto ocurre bajo el paraguas del llamado “estrés de minoría”. Estudios recientes muestran que la exposición prolongada a estigma, discriminación o expectativas de rechazo impacta tanto en la salud mental como en la satisfacción dentro de la relación. Meta-análisis recientes indican que estos estresores pueden erosionar la calidad del vínculo en parejas del mismo sexo, aunque también generan estrategias de afrontamiento y resiliencia que amortiguan parte del daño. La paradoja es que las mismas fuerzas sociales que empujan a muchas personas LGBT+ a buscar vínculos muy sólidos también pueden desgastarlos si no cuentan con redes de apoyo suficientes. 

Leídas desde el sofá de casa, estas cifras podrían alimentar titulares simplistas: “las parejas de mujeres se separan más”, “los hombres gay se comprometen más”, y otras caricaturas por el estilo. Una mirada más fina revela otra cosa: las tasas de ruptura hablan de cómo género, normas sociales y desigualdades estructurales atraviesan la vida íntima, no de virtudes o defectos inherentes a una orientación sexual. Las estadísticas marcan tendencias; lo que no muestran son las negociaciones cotidianas, los pactos de cuidado, los silencios y las decisiones difíciles que sostienen, o ponen fin, a cada historia de amor concreta.

Con información de Steve Stewart-Williams, “12 New Findings on Love and Romance” (2025), así como de investigaciones demográficas y sociológicas sobre divorcio en parejas del mismo sexo en Europa y Finlandia, y de estudios recientes sobre género, estrés de minoría y funcionamiento de las relaciones.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario