Una nueva investigación realizada en Finlandia diseñó una escala de siete ítems para medir las llamadas actitudes de justicia social crítica, conocidas en el debate público como creencias woke.
El objetivo no fue entrar en la guerra cultural, sino responder una pregunta empírica: ¿cuán extendidas están estas creencias y cómo se relacionan con el bienestar psicológico de las personas? A partir de casi seis mil participantes, el estudio ofrece un retrato más matizado de lo que muchas veces se simplifica en redes sociales como “estar despierto” o “estar del lado correcto de la historia”.
La escala, desarrollada por el psicólogo finlandés Oskari Lahtinen en la Universidad de Turku, agrupa afirmaciones sobre desigualdad estructural, discriminación y poder entre grupos sociales. No mide empatía genérica, sino la adhesión a una visión del mundo donde las jerarquías de raza, género o clase se entienden como el eje central para explicar la realidad. El instrumento, conocido como Critical Social Justice Attitude Scale (CSJAS), pasó por pruebas psicométricas rigurosas de fiabilidad y validez antes de consolidarse en su versión de siete ítems.
Los resultados desafían la idea de que la sociedad está masivamente “convertida” a la cosmovisión woke. En términos generales, el conjunto de la muestra tiende a rechazar las proposiciones de justicia social crítica. Los hombres, en promedio, se sitúan en un desacuerdo más claro con las afirmaciones de la escala, mientras que las mujeres se colocan en una zona de neutralidad o leve acuerdo. Es decir, las mujeres se muestran más cercanas a estas ideas que los hombres, pero ninguno de los dos grupos aparece como totalmente convencido.
Las diferencias de género son consistentes: según el análisis, tres de cada cinco mujeres responden de forma positiva a los enunciados, frente a uno de cada siete hombres. Esta brecha se sostiene incluso cuando se comparan disciplinas universitarias o afiliaciones políticas. Estudiantes y profesoras de ciencias sociales, educación y humanidades muestran mayor adhesión a las ideas de justicia social crítica; en cambio, hombres vinculados a áreas STEM o partidos de derecha tienden a rechazarlas con más fuerza. La escala, además, se alinea razonablemente bien con la autoidentificación de las personas como “woke” o no.
El hallazgo que más titulares ha generado se sitúa en la intersección entre estas creencias y la salud mental. El estudio reporta que puntuaciones más altas en la escala se asocian con más síntomas de ansiedad y depresión y menor felicidad autoinformada. Sin embargo, el propio autor subraya un matiz crucial: esa asociación no es más intensa que la que ya se observa al considerar simplemente la orientación política hacia la izquierda. En otras palabras, correlación no implica causalidad; no se demuestra que las ideas woke “produzcan” malestar, sino que coexisten en un clima psicológico e ideológico más amplio.
Desde la perspectiva de las ciencias del cerebro y la mente, estos datos dialogan con algo que ya se conoce: mantener de forma sostenida un foco atencional en injusticias, amenazas o conflictos puede favorecer estados de hipervigilancia, estrés y rumiación mental, especialmente cuando no se acompaña de recursos de afrontamiento, redes de apoyo o espacios de acción efectiva. La justicia social crítica invita a mirar el mundo a través del prisma de la desigualdad; sin herramientas de regulación emocional, ese lente puede volverse pesado para ciertos perfiles, en particular jóvenes muy expuestos a debates polarizados en redes sociales.
El trabajo de Lahtinen también pone en cuestión la imagen amplificada que ofrecen los algoritmos. Mientras el estudio sugiere que la mayoría de la población finlandesa se muestra escéptica o moderada respecto a las creencias woke, el espacio digital tiende a sobrerrepresentar voces muy convencidas —a favor o en contra—, generando la sensación de que el mundo se divide únicamente entre oprimidos y opresores. Para la vida cotidiana y el lifestyle informativo, la lección es clara: lo que más ruido hace en pantalla no siempre refleja el mapa real de las mentes.
Finlandia funciona aquí como un laboratorio social: un país concreto, con su historia y su cultura política, donde se ha medido por primera vez de forma sistemática la intensidad de estas actitudes y su vínculo con el malestar psicológico. Falta por ver si los resultados se replican en otras sociedades y si futuras investigaciones incorporan variables neurobiológicas, patrones de estrés crónico o marcadores de regulación emocional. Por ahora, el estudio recuerda que la discusión sobre justicia social no sólo es política: también atraviesa el terreno de la salud mental y la manera en que nuestros cerebros gestionan la incertidumbre, el conflicto y la esperanza de cambio.
Con información de Steve Stewart-Williams, “Dividing the World into Oppressed and Oppressors” (2024); Oskari Lahtinen, “Construction and Validation of a Scale for Assessing Critical Social Justice Attitudes”, Scandinavian Journal of Psychology (2024); INVEST Research Flagship Centre, University of Turku; y PsyPost.
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