Cuando observamos las dinámicas modernas de crianza, parece que hemos olvidado algo esencial: dejar que los niños jueguen por sí mismos, sin supervisión ni estructura institucional.
En After Babel, el artículo “Free Play and Mental Health: What We Know, What We Don’t” analiza cómo la reducción del juego libre en la infancia se relaciona con el aumento de ansiedad y depresión. Al otorgar menos espacio a la autonomía lúdica, alejamos a los niños de experiencias que fortalecen su bienestar emocional.
Los niños que gozaban de mayor tiempo libre para explorar, inventar y contribuir a su entorno familiar manifestaban menores niveles de ansiedad y mayor satisfacción con la vida. Ese empoderamiento temprano —cuando el juego no está planificado por adultos— favorece el desarrollo de capacidades de autogestión emocional, resiliencia y sentido de agencia. En contraste, al limitar ese margen, los entornos modernos crean terreno fértil para la hiper-vigilancia, la dependencia y la internalización de inseguridades.
Una parte crítica del análisis es que muchas de las afirmaciones sobre el valor del juego libre se dan por descontadas, sin escrutinio sistemático. After Babel destaca lo que aún no sabemos: cuán fuerte es la evidencia, cuándo funciona mejor, cómo se mide longitudinalmente. Eso invita a los investigadores a refinar estudios experimentales y no solo aceptar la narrativa optimista sin crítica.
Desde una óptica sociológica, el declive del juego no puede separarse de transformaciones culturales mayores: miedo colectivo al riesgo, urbanismo hostil, vigilancia adulta constante y la priorización del rendimiento sobre la creatividad. A ese contexto se suma la presencia invasiva de pantallas y rutinas organizadas, que consumen los espacios espontáneos de la infancia. Es una reestructuración social de tiempo, espacio y libertad.
El desafío no es solo recobrar el patio o reducir horarios escolares rígidos, sino repensar la cultura social: como comunidades que permiten que los niños sean dueños de su tiempo, reconociendo que su juego no es ocio trivial, sino laboratorio de salud mental. Si aspiramos a sociedades más resilientes, debemos darles más margen para jugar solos, explorar el mundo real y construir significados por sí mismos.
Fuente: After Babel, “Free Play and Mental Health: What We Know, What We Don’t
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