Las escenas de exorcismos suelen aparecer en películas de terror: un cuerpo convulsionado, una voz extraña, un ritual para “expulsar” algo que no debería estar ahí.
Desde la neurociencia y la filosofía de la mente, este tipo de imágenes pueden leerse de otro modo: no como prueba de fuerzas sobrenaturales, sino como pistas de cómo nuestro cerebro organiza sus conflictos internos. La pregunta no es sólo si “hay o no demonios”, sino por qué culturas tan distintas han imaginado que dentro de una persona pueden habitar agentes con voz propia.
El filósofo Daniel C. Dennett propone entender el cerebro como un ecosistema de agentes en permanente negociación. Lejos de ser una computadora rígida que ejecuta órdenes claras, el cerebro estaría formado por neuronas que funcionan como micro-agentes: compiten, cooperan, forman alianzas momentáneas para ganar influencia dentro del sistema. La mente “bien templada”, sugiere Dennett, no es el punto de partida, sino una conquista frágil: un equilibrio relativamente estable entre fuerzas internas que podrían desbordarse en cualquier momento. oo
En esta visión, nuestros pensamientos, impulsos y hábitos no serían simplemente “órdenes” emitidas desde un yo central, sino el resultado de coaliciones temporales: redes neuronales que se organizan para responder a una situación, defender una creencia o repetir una conducta. Cuando una de esas coaliciones se torna demasiado poderosa, podemos experimentar obsesiones, ideas fijas, adicciones o miedos difíciles de controlar. El cerebro seguiría siendo un órgano biológico, pero su dinámica se parecería más a una ciudad ruidosa que a un diagrama limpio de ingeniería.
Si miramos el fenómeno desde ahí, un exorcismo puede entenderse como un intento rudimentario de negociar con un síntoma como si fuera un personaje. La persona, su familia y el oficiante del ritual externalizan una fuerza interna —un impulso autodestructivo, un trauma, un conflicto moral— y la tratan como a un agente al que se puede hablar, regañar, convencer o expulsar. No hay necesidad de aceptar explicaciones sobrenaturales para reconocer que, en ausencia de modelos científicos, muchas culturas han organizado así su trabajo con el sufrimiento psíquico: convirtiendo tensiones internas en entidades con nombre, historia y voluntad propias.
La psicología contemporánea también ha ido en esa dirección, aunque con otro lenguaje. Modelos terapéuticos como el Internal Family Systems o la ego state therapy describen la mente como un conjunto de partes o subpersonalidades que pueden entrar en conflicto, protegerse entre sí y aprender a cooperar mediante el acompañamiento clínico. En lugar de hablar de demonios, estas aproximaciones reconocen “niños heridos”, “críticos internos” o “protectores” que cargan emociones extremas y pueden observarse en distintos patrones de activación neuronal.
Para la vida cotidiana, esta metáfora del cerebro-ecosistema cambia el tono de muchas conversaciones sobre salud mental. En vez de pensar “soy así y no puedo cambiar”, podemos imaginar que ciertas conductas responden a agentes internos hiperentrenados —hábitos, miedos, guiones aprendidos— que han ganado demasiado poder. Trabajar sobre ellos no implica “eliminar partes malas”, sino redistribuir influencia dentro del sistema: fortalecer otras voces, crear nuevas rutinas, encontrar contextos que favorezcan alianzas más sanas. Sin prometer soluciones mágicas, esta mirada abre un campo de experimentación más flexible con nuestra propia mente.
También introduce una incomodidad productiva: ¿qué significa decir “yo” cuando lo que llamamos “yo” es, en realidad, el resultado cambiante de múltiples procesos que compiten y cooperan? La metáfora del exorcismo, leída desde la neurociencia, deja de ser puro folclor religioso para convertirse en un recordatorio incómodo: no somos una unidad monolítica, sino una comunidad en tensión continua que trata de mantener cierta coherencia narrativa. Quizá el gran reto de nuestra época no sea expulsar demonios, sino aprender a gobernar —con conocimiento y cuidado— ese ecosistema de agentes que llamamos mente.
Basado en la conversación de Daniel C. Dennett, “The Normal Well-Tempered Mind”, publicada en Edge.org (2013), y en modelos de psicoterapia de “partes” como Internal Family Systems y ego state therapy.
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